¿Lideramos desde un chiste?


En una de las sesiones de trabajo, profundizamos con mi cliente en las distintas formas en las que se puede efectuar un cometido determinado. Vamos desgranando poco a poco la lógica de su pensamiento. Sigue una lógica lineal, la que seguimos todos habitualmente, A me lleva a B porque siempre lo ha hecho y esta a C, cuyos usos todos conocemos, ¿todos?
Rompemos la lógica con una pregunta en principio absurda, ¿cómo sería liderar desde un chiste?, una pregunta que surge al ver a mi cliente excesivamente centrado en su raciocinio, algo que le lleva indefectiblemente a sus viejos hábitos y circuitos de pensamiento. Esa pregunta le rompe el esquema, le noto completamente desconcertado, posiblemente pensando que me he vuelto loco, pero insisto en ello – no te vayas, cuéntame como sería liderar desde un chiste –
Su comunicación es tremendamente expresiva, ceño fruncido, mirada perdida hacia mi derecha; prácticamente oigo su cerebro yendo al máximo rendimiento…de repente, asoma una sonrisa en su mirada, un interruptor se acaba de accionar, pero las palabras aún no brotan, hay que sostener aún un poco más su silencio, el proceso mental que le lleva a conectar con su esencia.
Su mano golpea la mesa con alegría y, ahora sí, las palabras empiezan a salir, al principio lentas, luego aturulladas, a borbotones, intentando reflejar más un sentimiento, una emoción, que un pensamiento.
– claro que sí, liderar desde un chiste sería liderar desde la diversión que emana de las propias palabras, y no solo de ellas, también de los gestos, del momento, de la propia emoción, liderar desde un chiste, sería liderar desde la gestión del miedo o, mejor aún, desde su ausencia. Desde ahí, todo es posible, porque en un chiste, los tomates hablan y los árboles lloran –
Su pensamiento lineal se ha roto, ahora es capaz de encontrar soluciones luminosas donde antes solo había oscuridad. Es como un niño de dos años al que le das el plato de una taza de café, el cual se convierte en un volante, una nave espacial, un ordenador portátil o un simple plato. Su pensamiento no se mueve, todavía, por la rigidez de los modelos mentales, tan útiles en unas ocasiones, tan limitantes en otras.
Terminamos la sesión y mi cliente se lleva la posibilidad de ver las cosas desde unos ángulos que antes no había contemplado; un mundo se acaba de abrir ante el.
Obviamente, esta no es una sesión real si no el compendio de diversas reacciones ante la misma cuestión. La resolución es real: el cliente ha sido capaz de descubrir que el universo no es solo como el lo ve y que, cambiando la perspectiva, cambia la realidad percibida.