Vivir con los sentidos plenos

12,30 de la mañana de un domingo del mes de julio, cierto griterío revoluciona una, habitualmente, tranquila calle de la ciudad de Barcelona, en la frontera de los barrios de St. Gervasi y Gracia.

Un joven de unos veintitantos años, con la mirada perdida y una posición chulesca, se enfrenta con una pareja, movimiento de sillas y mesas en la terraza de un bar. Cabezas que entrechocan, la chica aterrorizada por una violencia a la que, adivino, no está acostumbrada.

Aventuro una hipótesis, ese joven aún no se ha acostado, sobre su mesa hay dos botellas de cerveza que se unen a muchas otras sustancias que habrá consumido, a la vista de su estado físico y mental. Al regresar una hora más tarde y pasar por el mismo punto, veo a esa persona estirada sobre la silla del bar, sin camiseta y sin las zapatillas deportivas que calzaba.

Esta podría ser una situación excepcional pero, desgraciadamente, no lo es, aunque también debo decir que no es la estampa habitual en las calles de nuestro país, no obstante, se me antoja en exceso recurrente y por tanto preocupante.

La ingesta de sustancias alcohólicas sin medida, unidas al consumo de psicótropos que modifican en gran forma la personalidad del sujeto, inicialmente de forma puntual y, a largo plazo, degradando su capacidad cognitiva y conductual, hacen presagiar un suicidio inconsciente, la entrada en la casa de la muerte en vida.

Recuerdo épocas pasadas, en torno a los años 70, en que el azote de la heroína dejó un reguero de cadáveres en muchas de nuestras ciudades y temo que estemos volviendo a situaciones parecidas, aunque con sustancias distintas.

No imagino la diversión desde una vivencia mental distorsionada, que está tergiversada por reacciones químicas poco naturales, en contraposición con una alegría fresca y despreocupada, fruto de la natural jovialidad juvenil, con todos los sentidos alerta y preparados para captar todo aquello que la naturaleza pone a nuestra disposición.

Según la FAD (Fundación de ayuda contra la drogadicción), en la última década se produce un considerable aumento del consumo de la cocaína, drogas de síntesis y derivados del cannabis, con una franja de edad de entre 20 y 24 años donde mayor es su ingesta.

Las consecuencias son nefastas para cualquier persona, en todos los ámbitos, desde el físico al psicológico, pasando por el social, profesional, familiar, etc. Aunque lo vivido ayer no sea norma, podemos y debemos buscar una sociedad en la que nuestra juventud, no acabe desquiciada por los cantos de sirena de una huida de la realidad.

La Vida está llena de emociones naturales que excitan los sentidos, ¿vienes a Vivirla?