Vayan saliendo: Baby Boomer, la generación que va saliendo

Foto: Jordi Vilá

Nací en 1962, así que estoy al final de esta generación boomer (1946-1964), en mi caso y los que nacimos en los 60’, ya vamos saliendo del escenario, unos con más ganas que otros, a fin de cuentas, han sido unos años maravillosos, años de cambios trepidantes que hicieron temblar los cimientos de muchas creencias validas hasta entonces.

Sí, estamos al final de una generación de profesionales que nos regíamos por unos patrones de conducta (tener en cuenta que, las personas que configuran el inicio de la generación, tienen ahora 77 años y las más jovencitas, 59, es decir, a tan solo unos años de la jubilación). El trabajo era casi para toda la vida, nuestros padres, en España, fueron los hijos de una guerra fratricida, con todo lo que ello conlleva, nosotros mismos fuimos actores en una dictadura, y eso se refleja en las formas de ser y de hacer.

Una generación que se entregó con esfuerzo, que primó sobre todo el trabajo para conseguir algo mejor, que sacrificó horas y horas de tiempo personal en aras de quien sabe que beneficios monetarios y qué status. Personalmente, algo que ahora haría diferente sería invertir la dedicación al trabajo en detrimento de disfrutar de mis hijos, de los que me perdí más de una alegría y más de una tristeza.

La verdad es que ignoro si me jubilaré o no y, de hacerlo, tal como me decía una amiga que roza ya los 75, creo que me faltará tiempo para llegar a sentir todo aquello a lo que quiero llegar.

Siendo sincero, me siento más sereno, más en paz conmigo mismo y con el mundo, y creo que en estos años que me queden de actividad profesional, dejaré esta impronta de templanza, a fin de cuentas, hay bien pocas cosas que tengan la importancia que un día les atribuí, así que la mirada desde la perspectiva del tiempo, me permite ajustar prioridades.

Hay algo, no obstante, qué se revela como una perpetua paradoja: disfruto siendo quien soy y, a la vez, habría cosas que cambiaría en mi pasado y, de hacerlo, nada sería igual, es decir, no sería quien soy, ¿mejor, peor?, no lo sé y, en cualquier caso, no tiene importancia ya que no hay vuelta atrás, aunque sí hay posibilidad de restañar viejas heridas, de dejar ir.

Si hoy me encontrara con mi yo de 15 años le diría que confiara en él mismo, que, aunque las cosas no salieran como esperaba, tuviera confianza y fe, que la vida sabría conducirle, no por el camino más cómodo, sino por el de mayor aprendizaje. Si le contara lo que han sido estos años, desde los 15 hasta los 60, creo que se sorprendería en gran medida y, a fin de cuentas, estaría orgulloso de aquel en el que se ha convertido.

Fuimos una generación ilusionada, luchadora, y también frágil, por lo que tuvimos que cargar con corazas emocionales injustas que nos dificultaron avanzar pero que no consiguieron detenernos.

Estamos a solo unos años de ver la salida de esta generación al completo, hemos hecho cosas buenas y cosas malas, hemos creado y hemos destruido, y de lo malo, esperemos poder transmitir a las nuevas generaciones nuestros aprendizajes para que ellas puedan tener los suyos y, de lo bueno, esperemos que tengan la humildad necesaria para sentir que hay elementos a conservar y, como si de un ritual se tratara, esperemos que sepan expulsar lo nocivo y conservar lo nutritivo.

Dejarme acabar con una frase que está en mi estado de twitter: El sabio no fue tal hasta que comprendió que jamás lo sería y, en la paradoja, alcanzó la sabiduría.

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