Una sociedad diferente, un mundo diferente

Hace unos días una cuadrilla de políticos y sindicalistas atracaban sin armas un supermercado en Andalucía, bajo el estandarte de dar al desfavorecido lo esencial que no se puede permitir, algo que ha hecho correr ríos de tinta. Argumenta el susodicho que si el poder económico se dedica a robar, también el pueblo debe hacer algo similar y repartir los recursos entre quienes lo necesitan.

Puede parecer romántico incluso, algo así como un poético Robin Hood del siglo XXI, si no fuera porque es un delito tipificado en el código penal y el mayor riesgo que, hoy por hoy, podemos correr como sociedad.

Este sujeto me da a entender que el fin justifica los medios, aspecto realmente peligroso y más en los tiempos que corren, ya que podría dar pie a una ola de pillajes a gran escala en la que la seguridad de cualquiera, quedaría en entredicho.

Sus argumentos son sencillos e inteligibles, encomiables, incluso, pero carentes de ningún tipo de razonamiento que soporte el más mínimo análisis posibilista.

Me recuerda teorías cuyos fundamentos enamoran, como el anarquismo o el comunismo. Imaginemos una sociedad en la que las normas no fueran necesarias, en la que la bondad humana fuera suficiente para regular el comportamiento de todos, una sociedad en la que la igualdad fuera el resultado de la diversidad.

Orwell, en 1945, imaginaba algo así en el reino animal y escribía una de sus obras maestras Rebelión en la Granja, en la que satirizaba el régimen soviético que nace al gobierno, en la rebelión bolchevique de 1917, preludio de una guerra civil que se prolongaría hasta 1920. En ella nos muestra como la borrachera de poder, corrompe al más puro de los sentimientos, al más noble de los ideales.

Actuaciones de este tipo den pie también al nacimiento de salvadores de la patria, de los cuales la humanidad ya ha tenido suficientes muestras como para haber aprendido.

Es cierto, estamos en momentos convulsos, momentos de incertidumbre, de penurias económicas que no podemos dejar que nublen nuestros sentidos. Es momento de cambios, de cambios profundos que nos permitan nacer a una nueva era en la que la persona sea su eje principal por encima del consumismo.

El cambio es ineludible, de eso no cabe la menor duda y en nuestras manos está la forma en que se conduzca, si de un modo dantesco y cruento o de otro que, pese a las dificultades, nos permita renacer en nosotros.

Hay iniciativas surgidas de ese deseo, como la Economía del bien común, trabajando desde la base, desde la equidad, desde la construcción de una sociedad para todos.

Dejemos de preguntarnos que hará la sociedad por mi y empecemos a preguntarnos que haremos nosotros por la sociedad para hacer, de este, un mundo del que sentirnos orgullosos.

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