presoDicen los manuales de Psicología del Desarrollo que, en la adolescencia, debemos resolver un dilema que es intrínseco al ser humano, sencillo y complejo a la vez: ¿quién soy?. Con el desarrollo, vamos dejando atrás esa persona, nuestros filtros se van dibujando, conformamos nuestra identidad y nuestra vida se complica en grado sumo, hasta que ese es un concepto que queda diluido en nosotros mismos pero, indefectiblemente, vuelve a aparecer, quizás en la senectud o, si hay suerte, en épocas anteriores de nuestra vida.

¿Por qué tiene tanta importancia ser capaces de responder a esa pregunta, os preguntaréis?. Tal como lo veo, es imposible que podamos tener una vida plena si no somos capaces de, por lo menos, apuntar un inicio de respuesta que nos permita llegar al siguiente estadio: ¿quién quiero ser?.

Los aspectos sociales tienen una gran influencia, de eso no cabe duda, pero nuestro interior, sabio por definición, sabrá acompañarnos hasta conseguir ese nuevo estado, ese quiero ser así.

Empezamos por contestarnos, soy padre, pero eso no es más que un rol exterior; soy maestro, pero eso no es más que una profesión; soy un impulsor, y ahí aparece un rol interior; soy alegre, pero eso es un estado de ánimo; soy analítico, soy caótico, soy organizado, soy…. y resulta que sí, que soy todo eso… y mucho más.

Y ¿qué es ser mucho más que todo eso que forma parte de mí?. La respuesta está en cada uno de nosotros, en nuestro interior, y es quizás uno de los caminos más complejos y más apasionantes que nos será dado recorrer, solo si así lo queremos. Es una especie de camino de Santiago interior, que nos permitirá descubrir nuestras avenidas y también nuestros senderos, las partes más luminosas y también las más oscuras. Conocer es empezar a ser, desconocer es seguir cautivo de la ignorancia.

¿Soy quien quiero ser?

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