Necesidad y emoción

Foto: Jordi Vilá

Las emociones no engañan, están con nosotros desde antes de nuestro nacimiento, con una función adaptativa tal y como enunció Darwin en su Origen de las especies, en el que postulaba que las especies que subsisten no son las más fuertes sino las que mejor se adaptan.

Y así las emociones, ni positivas ni negativas, sino adaptativas o desadaptativas, nos ayudan a sobrevivir, ni más ni menos, algo que significa que son imprescindibles y que las necesitamos como fuente de información.

Siempre que hay una emoción presente, es decir prácticamente siempre, hay una necesidad visible u oculta para uno mismo.

La emoción nos informa de esa necesidad, una necesidad que puede estar cubierta o desatendida, así, un estado de euforia o de placidez puede significar que la necesidad está siento atendida y, por el contrario, cuando la emoción es desagradable, que no negativa, puede significar que estamos faltos de algo.

La autoobservación y la aceptación de las emociones nos aporta, pues, un conocimiento muy valioso sobre nuestro interior, sobre necesidades que pueden haberse forjado en nuestra más tierna infancia y a las que merece la pena que prestemos atención, ya sea para neutralizarlas o para atenderlas.

Precisamente por lo expuesto en el párrafo anterior, la importancia de los valores, auténtica brújula de nuestra emocionalidad ya que son estos los que las provocan anunciando esas necesidades huérfanas.

Esta mañana, leía este artículo en Psyciencia que me ha hecho pensar en el paralelismo con el post escrito en su mayor parte ayer.

¿Cuáles de mis necesidades estoy desatendiendo?

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