Mirando hacia otro lado
Por Jordi Vilá
– Fíjate en lo que me ha dicho (o no me ha dicho), en lo que me ha hecho (o no me ha hecho), …. –
¿Te suena el comentario?, suele producirse en torno a la cafetera.
En las relaciones parece que la culpa, que no la causa, siempre es exterior a nosotros, siempre estamos dispuestos a criticar al otro, a hacer corrillos y críticas mordaces vigilando, eso sí, que los otros o el otro protagonista, no esté presente. Parece que encarar las cosas no forma parte de nuestra praxis, que andamos con el valor un tanto distraído.
El código de actuación respecto a los otros está claro, el propio también, aunque siempre pasado por nuestro tamiz, por nuestro sistema de creencias y patrones, tan solo nuestro código es el adecuado y nuestro mapa el ajustado al territorio.
Y entonces surge la pregunta, ¿a qué estoy dispuesto por el bien de esta relación, sea esta de la tipología que sea?, ¿cuál es mi compromiso con ella?
En la mayor parte de relaciones, sean de pareja, amistad, profesionales o deportivas, tendemos a tirar la piedra y esconder la mano, a generalizar sobre lo que no funciona, sin profundizar en la realidad, algo que hace que esas nimiedades se conviertan en auténticos conflictos candentes, ¿qué es lo que hace que huyamos de la discrepancia de este modo?
Hay una frase sajona que refleja muy bien la situación: poner el pescado sobre la mesa, ¿para qué?, para que deje de emanar ese olor nauseabundo, esa putrefacción que es más acusada cuanto más tiempo pasa.
Tengamos el valor de exponer lo que nos disgusta o pensamos que no funciona sobre la mesa, hablemos de ello, debatamos de forma vehemente, incluso, lleguemos a compromisos aunque sea de mínimos y, con esa praxis reiterada, llegaremos a construir una cultura en la que la discrepancia será más una fuente de crecimiento que de sufrimiento.
Negar el conflicto o tratarlo entre pasillos no lo elimina, es más, lo acrecienta. ¿Cómo lo harás para hincar el diente en ese conflicto que tienes ahora entre manos?