La disculpa y el perdón

Nelson Mandela en prisiónLeía no hace muchos días, una disculpa a través de las redes sociales, de una persona hacia un grupo de ellas. Lo primero que me sorprendió fue su contundencia al afirmar que se veía obligado a hacerlo, es decir, que esa disculpa, no nacía del corazón si no de la rabia o, al menos, esa era la sensación que en mi provocaba su lectura.

La verdad es que al leerla el sentimiento que me invadió fue el de la tristeza, tristeza por ver la inquina de la persona que lo escribía, por ver su incapacidad de arrepentimiento, y es que sin arrepentimiento, es imposible que se cree esa comunión entre ofendido y ofensor que permita el olvido de la ofensa.

La disculpa requiere de un arrepentimiento sincero, salido directamente de nuestro corazón, que permita la aceptación desde el receptor de la disculpa que lo convertirá en perdón y permitirá que empiecen a restañarse las heridas producidas, sean superficiales o profundas.

Tal como lo veo, deben haber dos elementos fundamentales en la petición de perdón:

  • Arrepentimiento sincero de lo realizado.
  • Deseo de sanar el dolor provocado

En caso contrario el efecto provocado será, precisamente, el contrario. Aquí no valen excusas de ningún tipo, ni circunstanciales, ni ideológicas ni de tipo alguno; simplemente la petición y la espera de un perdón que en ocasiones puede no producirse.

Quizás el máximo exponente de ese perdón, pudiera ser el del líder sudafricano Nelson Mandela, quien tras un cautiverio de 27 años, supo perdonar a sus carceleros, pero no podemos olvidar a nuestros vecinos, a nuestros hijos, a nuestros amigos, que saben perdonar en el dolor.

Y es que incluso desde una perspectiva egoísta, la herida no puede empezar a cicatrizar hasta que no llega el perdón, quedando la herida abierta y supurante de la más amarga de las bilis: la del odio y el resentimiento.

Nuevamente, no es ni fácil ni rápido y, posiblemente, no podamos llegar a perdonar, pero el ejercicio de considerar tan solo la posibilidad, nos hará crecer.

Del mismo modo, la disculpa escuece y aturde el pensamiento del ego, insaciable en su búsqueda del brillo personal que nunca se equivoca. Tan solo cuando la disculpa nace, la soberbia muere un poco.

¿podrás perdonarme?

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