Gracias hijo

lagrimas...Un día me sentí el hombre más feliz del mundo, me sentí tu, pude meterme en tu piel, en tus emociones, en tus sentimientos, en tus sufrimientos de niño que veía con ojos profundos ese desencanto en la Vida.

Han pasado muchos años, hoy no es que peines canas pero sí que te sientas en un aula universitaria, trabajas y muestras el aplomo de quien ha forjado bien su adolescencia y su primera juventud. Lejos quedan aquellas lágrimas que inundaban unos ojos tristes y asombrados de que la Vida pudiera ser tan cruel contigo…o esa era la impresión que tenías.

Ponerme en tu piel me permitió sentir tu dolor, tu desencanto, tu zozobra infantil. Pudimos compartir esa emoción y hacer que esos lazos, ya fuertes, se tornaran indisolubles, mucho más allá del tiempo y las circunstancias. Acompañarte en tu camino fue el mejor de los caminos y, en el hubieron lágrimas y carcajadas, reflexiones y locuras, travesuras y actos responsables.

Ya no me asombra cuando eres tu el que me lleva a la reflexión, quien me da ese sabio consejo de la juventud atrevida, quien me hace ese guiño de Vida que pugna por ser y que será. Hoy haces que me sorprenda contemplando un río de posibilidades que hasta hace poco se me antojaban poco menos que imposibles.

Hay quien dice que cualquier tiempo pasado fue mejor y, viéndote a ti, no puedo menos que pensar que el hoy es lo mejor que he vivido hasta ahora y que lo mejor aún está por llegar.

Te miro y veo un joven adorable, con todas las dudas que se suscitan en quien busca una Vida con sentido. Veo esto y pienso en un futuro lleno de esperanza, lleno de personas que buscan y encuentran, se pierden y vuelven a buscar, y vuelven a encontrar, caen y se levantan, conscientes de que el sacrificio obtiene su compensación.

Esta carta es para ti, hijo mío, a todos los hijos del mundo que nos han enseñado a Ser, a los que queremos de forma incondicional.

Gracias por venir, jamás un padre llegó a suponer que serlo daría tan increíble riqueza.

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