En memoria de María Bori Soucheiron
Por Jordi Vilá
María nos dejó, un 13 de noviembre, se fue tranquila, mucho más tranquila de lo que fue su vida terrenal, inquieta y movida, su grandeza no estaba precisamente en su tamaño, más bien pequeño, estaba en su sonrisa, en su corazón, en su amor por la Vida con mayúsculas, y las pruebas están sembradas por buena parte del mundo, desde China hasta Providencia, desde la Patagonia hasta Barcelona.
Muchos niños, hoy adultos la recordarán por su generosidad, por su disposición a echar una mano o el brazo entero si hacía falta, y también muchas personas mayores la recordarán.
Los recuerdos con ella y de ella son innumerables, sintiendo la inmensa fortuna de haber compartido su vida en aquella tierra que le era tan querida, la tierra chilena, donde encontró su remanso de paz y de lucha, lucha contra la pobreza, contra la desigualdad, contra la injusticia.
El agosto pasado pudimos verla en su ambiente, vivir con ella, disfrutar de esa vida que eligió vivir, en una intensa conexión con Dios y con los suyos de aquí y de allá.
La palabra que me viene al recordarla es alegría, una alegría a veces serena a veces explosiva, sembrando esperanza allá donde fuera y recogiendo los frutos en forma de crecimiento, de paz, de más alegría.
Hay en mi memoria una foto muy especial, en un autobús de la línea 64 de Barcelona, en la que cruzamos unas palabras, ella tendría por aquel entonces unos 12 años y yo rondaría los 14, pero eso queda en el secreto de los tres que compartimos aquel momento.
Allá donde haya ido a buen seguro que estará bien acompañada, no podría ser de otro modo después del intenso trabajo que realizó aquí.
María, tú no te irás nunca, la película Coco nos lo recuerda, porque nunca te vamos a olvidar y habitarás en ese rincón del corazón que se reserva a las personas más queridas, tan solo has cogido una salida de la carretera de la Vida, aunque para nosotros, tomaste esa salida demasiado pronto.
Seguro, nos volveremos a ver para que de nuevo ilumines nuestro camino.