El día que me invistieron de gurú
Por Jordi Vilá
Un buen día, designado por una importante escuela de negocios, acudí a un cliente con el que, todo sea dicho, me sentí desde el primer momento como pez en el agua, acogido e investido de cierta autoridad, y ahí es dónde empecé a darme cuenta de que no es oro todo lo que reluce.
Lo dijo Krishnamurtri (1993), no se crean todo lo que oyen, cuestiónenlo todo, incluso lo que yo mismo les estoy diciendo. Si no eran exactamente estas palabras, eran otras muy parecidas.
El encuentro se produjo en una sala de juntas y estaríamos en ella del orden de unas 6 personas por parte de la empresa, profesionales de primer nivel por otro lado y yo mismo en representación del contenedor del saber.
La conversación fue muy fluida, con temas de desarrollo personal en los cuales me desenvuelvo con soltura dada la experiencia acumulada, ya sabes “vale más el diablo por viejo que por diablo” y ahí fue dónde percibí que dijera lo que dijera, llevaba la etiqueta de gurú por venir de dónde venía o, si quieres, por representar a quien representaba.
Fue en un momento en que había debate y en el que realmente el tema que se desarrollaba era de cierta profundidad aceptando, como siempre, diversos matices. Al pedir mi opinión, manifesté aquello que realmente pensaba y las seis personas pasaron a alinearse de inmediato conmigo, pese a que algunas de ellas habían mantenido posturas radicalmente opuestas.
Francamente, en ese momento entendí la soberbia, entendí como puedo llegar a pensar que estoy en posesión de “La Verdad” y entendí, al fin, porque el mundo va como va y, sobre todo, entendí las palabras de Krishnamurtri.
No creas lo que te digo, ni siquiera esto, cuestiónalo, busca la forma de mejorarlo y, si tienes creada tu propia opinión, contrástala sin dar la del gurú como buena.
La soberbia crea ignorancia y la sumisión, aunque sea intelectual, líderes o gurús con pies de barro.
¿Dónde está el gurú?