David y Goliat

Tiananmen¡Ojo con David!, me han dicho que es chiquito pero matón, escurridizo, vivaracho, listo como el hambre y, particularmente querido por quienes le conocen bien; es especialmente peligroso cuando tiene delante a un Goliat pagado de sí mismo, ególatra, vistiendo a diario el traje del emperador y despreciativo cuando la humildad llama a su puerta.

Su virtud en la batalla desigual es, precisamente, la de quien sabe medir las distancias, jugador de fondo, contrincante incansable que tiene, como libro de cabecera, alguno de Sun Tzu que le permite relativizar en gran modo el significado de la derrota o la victoria, el ahora y el mañana, el blanco y el negro. No será él quien inflija los golpes, bien al contrario, sabrá volver los del contrario en su favor.

Gran error el de Goliat al no considerar a David opositor suficiente, al considerarle demasiado pequeño como para obrar en justicia con él y pretender ponerle bajo su yugo.

Cuan diferente hubiera sido considerarle su aliado, hacer suya su causa y atraerle hacia la propia, confluir intereses, compartir ilusiones, centrarse en aquello que les unía en lugar de aquello que les distanciaba, pero Goliat pensó que no era aquel pequeño David digno tan siquiera de su reconocimiento.

¿Cuántos David y cuantos Goliat hay en cada una de nuestras vidas? ¿a quién menospreciamos y por quienes somos menospreciados?, ¿qué consecuencias tiene eso para nosotros, nuestro entorno y la sociedad en general?

Tendríamos un mundo distinto si nos consideráramos parte de un todo mucho mayor, compañeros de viaje, aliados de vida, en pos de un objetivo que sin dudarlo será, en última instancia, suficientemente parejo como para compartirlo.

Solo dos preguntas pensando en esa relación, en ese proyecto, ¿qué me separa de ti y que te separa de mi? y, a la vez, ¿qué me podría acercar a ti y que te podría acercar a mi?

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