Un banco frente al mar.

En una conversación mantenida recientemente con un alumno, confesaba haber llegado mucho más lejos de lo que había pensado en un principio, algo que suele ser habitual cuando se cumplen un par de condiciones previas.

Su lenguaje corporal mientras me lo decía era de plena satisfacción, de serenidad y de fuerza a la vez. Realmente los resultados habían sido espectaculares, especialmente si comparaba el inicio con el final.

Por mi parte, ya desde un inicio presentía que iba a poder, que tenía los recursos para enfrentarse con el reto y que los resultados, como casi siempre, dependían más de él mismo que de condicionantes externos.

Y he aquí dónde están los dos condicionantes previos:

  • Autoconfianza, y por ende autoestima.
  • Confianza del acompañante, ya sea profesor, coach, mentor, tutor, etc., como ya enunciaban Rosenthal y Jacobson (1966).

Traslademos esto al mundo profesional o a nuestro propio hogar, podremos comprobar como, cuando alguien ha confiado en nosotros, ha producido una serie de consecuencias tales como el incremento de la autoestima, aumento de la confianza personal, etc., y ello ha derivado en un cumplimiento por encima de las expectativas propias y ajenas.

Por el contrario, si a un hijo mío le voy diciendo que no sirve, o que no puede, sin tan solo intentarlo, voy forjando en él la semilla del fracaso y, por tanto, el efecto de la profecía autocumplida, mediante la cual, si creo que puedo estoy en lo cierto y, si creo que no puedo, también lo estoy.

Hablo de enamorarse (no en el sentido romántico), de creer en las personas a las que nos es dado acompañar, guiar o educar, para que puedan encontrar en sí mismas recursos ocultos que siempre han estado ahí, deseosos de ser encontrados.

¿Hasta que punto creo en las personas que tengo el privilegio de servir?

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